La Psicología Médica no es una asignatura cualquiera. No lo es para quien la imparte, y mucho menos para quien la recibe con curiosidad, con escepticismo… o con sorpresa.
En un plan de estudios tan cargado de datos biomédicos, estructuras anatómicas, mecanismos fisiopatológicos y técnicas diagnósticas, dedicar tiempo a hablar del pensamiento, la emoción, la percepción o el lenguaje no siempre resulta fácil. Y, sin embargo, es esencial.
¿Qué aporta realmente la Psicología Médica al Grado de Medicina?
Mucho más de lo que parece. Enseñar Psicología Médica es ayudar a futuros profesionales a observar al paciente desde una dimensión humana. Es enseñarles a interpretar no solo los síntomas físicos, sino también los discursos, los silencios, los gestos. Es hablar de cómo el contexto emocional o social modifica una exploración o una entrevista.
Y es, también, dar herramientas para pensar clínicamente. Enseñar qué es una alucinación o un trastorno del pensamiento no es solo "psiquiatría precoz". Es dotar de lenguaje clínico a lo que muchas veces los estudiantes ya intuyen en su experiencia, pero no han verbalizado aún.
Hay algo profundamente valioso en el momento en que un estudiante dice: "Esto me ayudó a entender mejor lo que vi en planta".
Esa es la Psicología Médica viva.
Desde la docencia, pero también desde la investigación y la práctica clínica, sigo convencida de que el espacio que esta asignatura ocupa no debe verse como marginal. Al contrario: cuanto más interdisciplinaria se vuelva la Medicina, más falta hará pensar con otros ojos.